domingo, 16 de enero de 2011

Galicia incógnita

Sustentamos, los gallegos, nuestra propia existencia sobre la base de
fantasmas, de seres sobre cuya historia se sabe poco más que un “nada”.
Ved ahí a los juglares que sentaron las bases de la lírica gallega: Martín Códax, Mendiño y Xohán de Cangas. De ellos no se sabe nada. Del primero, sólo el nombre; del segundo ni si quiera si esa palabra con la que lo conocemos es su nombre. Del tercero, que era de Cangas, porque lo dice él al firmar su cantiga de amigo. Los primeros poetas gallegos, casi anónimos, fueron descubiertos en el extranjero. Hasta en la lírica somos emigrantes. Lo que hay de sus obras, que es lo mismo que de su existencia, lo tienen los sucesores de un pirata llamado Morgan, ahora reconvertidos en tiburones de las finanzas (piratas, en definitiva), en Nueva York; están en la biblioteca  vaticana y en un par de instituciones portuguesas que morirían a cuchillo antes que prestárnoslos. Ya se sabe cómo es la fraternidad con nuestros vecinos del otro lado del Miño.

Pero los poetas homenajeados son tres más en una lista infinita. ¿Quién
era el Maestro Mateo, autor del Portico de la Gloria, la quintaesencia
de Galicia? No se sabe nada. ¿Dónde está el Monte Medulio, en cuya cima
miles de gallegos prefirieron morir antes que rendirse a las legiones de
Decimo Junio Bruto? Ni idea. ¿Es realmente Santiago el apóstol quien
está en la tumba bajo la catedral o el apóstata Prisciliano? Vaya usted
a saber. ¿Sigue el tesoro de la Escuadra de la Plata, el más grande de
cuantos duermen bajo el agua, en los fondos de la ría que veo desde mi
ventana o se lo llevaron los ingleses, los redondelanos y algún que otro
vigués, allá por 1702? Nadie lo sabe.

No me caben más ejemplos, pero los hay. Tantos como para convertir la
relación en el argumento de una ley general de carácter científico.
Vivimos en la Galicia incógnita. Somos un país de brumas, en el pasado y
en el presente. Sólo podremos saber, en serio, quiénes somos y de dónde
venimos, cuando jubilemos a los eruditos y sentemos en las cátedras a
las meigas. Los alumnos ni se enterarían del cambio.

Personalmente, solo tengo una certeza, tan incontrovertible e incuestionable como que Galicia es una nación: Colón era gallego. ¿Por qué estoy tan seguro de ello? ¿Por las teorías de mi vecino Alfonso de Philippot? Bueno, algo ayudan. Pero la prueba definitiva nos la dio el propio marino: jamás dijo de dónde era.

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