viernes, 24 de febrero de 2012

Franco, el gran europeísta



Franco y Barroso ¿dónde está la diferencia?
He echado un vistazo retrospectivo a los resultados de las elecciones de los últimos veinticinco años y me he dado cuenta el poco interés que manifestamos siempre los españoles por las elecciones europeas. En realidad es algo que ya sabía. El índice de abstención en unas europeas es comparable o superior a unas presidenciales norteamericanas. La diferencia es que un estadounidense de la Florida puede decidir pasar de votar al presidente del gobierno federal y se queda tan pancho, porque la autonomía de la que goza el gobierno de su estado y su capacidad para elegir en todas las instancias que le son próximas y le afectan no dependen de quién sea el presidente, que es una especie de gerente de la administración federal, aunque cara al exterior, sea considerado el hombre más poderoso del mundo.
El vecino del barrio vigués de La Florida podrá votar a su partido en las municipales, que no a su alcalde, y al partido que quiera en las autonómicas e incluso podría, si quisiera echar a cara o cruz a quien votar en las elecciones generales. El vecino del antiguo ayuntamiento y hoy barrio vigués de Lavadores, que en inglés se diría Washington, podría votar incluso a un delincuente en las elecciones europeas, solo por joder, como sucedió en 1989 cuando salió elegido eurodiputado José María Ruiz Mateos, que así consiguió esquivar algunos de sus muchos procedimientos judiciales.
Aunque hubiera sido de otra manera, que cualquier español mayor de edad hubiera tenido la opción de haber votado a una candidatura decente de políticos honrados y super inteligentes, y aunque Mariano Rajoy fuese Premio Nobel –en el supuesto de que ser Premio Nobel avalase calidad, cosa más que dudosa desde el día que le dieron el Nobel de Literatura a Winston Churchill—ni el vecino de Lavadores ni el de la Florida habrían podido conseguir que esa pléyade de genios le liberasen de la crisis y el desempleo. No está en nuestra mano votar a quienes realmente gobiernan los destinos de nuestro país. Ni votamos al presidente de Europa. Los de la Florida de allende el Atlántico votan a su presidente si quieren. Nosotros no tenemos presidente, tenemos un burócrata inelegible popularmente. Un tal Dura͂o Barroso que con sus satélites comisarios y los tecnócratas y ejecutivos de los mercados financieros marcan la línea que hay que seguir. ¿Cómo llegaron ahí? Pues por el mismo camino que llegaban los ministros de Franco o su jefe de gobierno. Parece como si el difunto general hubiera sido el inspirador del gobierno de Europa: un gobierno que se elige como se elegía en la España de la dictadura, a través de la “democracia orgánica”.
Los tres derechos clásicos  de la soberanía nacional –acuñar moneda, tener una política exterior independiente y un ejército propio– se han diluido de manera tan drástica que cualquier estado de los Estados Unidos es más independiente con respecto a la Unión que España, Bélgica o Italia de los designios de un grupo de funcionarios de Bruselas que se eligen entre ellos.
¿Era esto lo que queríamos? ¿Es ésta la Europa de los pueblos? ¿No estaremos más cerca del ein Reich, ein Volk, ein Fürher en el que un gobierno al que nosotros no votamos atornilla a nuestros débiles políticos domésticos para que cumplan sus objetivos económicos  y de paso le proporcione científicos bien formados para sus industrias empobreciendo la investigación y el desarrollo de nuestro país?
Creo que harían bien en exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos, pero no para entregárselo a la familia. Deberían hacerle un mausoleo en la Postdamer Platz de Berlín o en el jardincillo que hay ante el Edificio Berlaymont de Bruselas como símbolo del nuevo europeísmo reinante.

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