jueves, 22 de marzo de 2012

Judas y el buen ladrón

Se acerca la Semana Santa y me vienen a la mente estampas de la pasión de Cristo.  Son imágenes con el rostro de Victor Mature, Charlton Heston (éste no falla nunca), Charles Laughton…  Tantas películas bíblicas durante la infancia terminan haciendo más mella que trece años de primaria y secundaria con las puntuales clases de religión tres días a la semana.
También me vienen a la mente otras caras. Son menos cinematográficas, pero en verdad que los medios nos han saturado de ellas hasta la saciedad. Con el elenco de personajes de la vida política actual y su empeño en amargarnos la vida podríamos hacer una nueva versión de  “La historia más grande jamás contada”. En la versión que hoy os propongo, en vez de contratar a Max Von Sydow para hacer el papel de Cristo, podemos elegir cualquier ciudadano de nuestro país. Da igual un parado, que un funcionario al que le recortan el sueldo, un trabajador del naval que carece de barcos que construir ahora que Bruselas ha ordenado que se reduzcan las flotas pesqueras, el administrativo de una caja de ahorros al que van a mandar para casa para que el sector financiero sea más fuerte o el empleado de cualquier empresa al que le podrán poner la chaqueta por una propina gracias a la reforma laboral (No sé por qué le llaman reforma laboral. Debería ser la reforma patronal).
Sería larguísimo señalar ahora mismo todo el reparto de la película. Esa es una tarea que me gustaría compartir con vosotros, queridos lectores, y que propusieseis, por ejemplo, a quien le daríamos el papel de Pilatos, de Caifás, de María Magdalena… A mí me saltan como alarmas dos caras para dos personajes: Judas Iscariote y el Buen Ladrón.
Empecemos por el segundo. Ya el nombre es en sí un oxímoro, es decir, una relación imposible por tratar de unir dos conceptos opuestos. Buen ladrón es como la agilidad burocrática o la inteligencia militar: un imposible. Pero en nuestro país todo es posible. Incluso que el Ministro de Gracia y Justicia, con esa cara de bueno que tiene, le cayera tan bien a la izquierda cuando era alcalde de Madrid. De hecho, parecía que Ruiz Gallardón tenía más amigos en el PSOE que en su propio partido. ¿Cuántas veces oímos aquello de que “El PP sería otra cosa si estuviese al frente Gallardón”? Pues ahí tenéis a Gallardón haciendo de las suyas. No lo criticaré  por sus primeras iniciativas legislativas. Está en su papel como  miembro de un gobierno conservador. Lo que sí me parece que debería causar su cese fulminante en el Consejo de Ministros es su condición de pufero mayor del reino. Ha dejado la alcaldía de Madrid con una deuda de 6.891 millones de euros. Es la cuarta parte de la deuda que acumulan los ayuntamientos de toda España. Pero no se queda ahí la cosa. Gallardón, además empeñar a cada madrileño con una deuda de 2.000 euros, ha dejado colgados a pequeños empresarios, profesionales y proveedores del Ayuntamiento de Madrid a quienes no les ha pagado facturas por importe de mil millones de euros y deben añadir esta tropelía de un político insensato a sus cuitas en plena crisis: falta de actividad, falta de financiación, anticipo del pago del IVA de las facturas a clientes morosos. Estoy seguro que Gallardón, cuando era alcalde de Madrid no tenía contemplaciones con quienes se demoraban en el pago de las tasas de basura, el impuesto de circulación, etcétera. Deberían unirse y contratar al Cobrador del frac para que apareciese en todas las fotos y comparecencias públicas del ministro de justicia hasta que le cayese la cara de vergüenza por jugar de esta manera con el dinero que no es suyo. Y ya sabéis, como se les  llama a los amigos de lo ajeno. Pues aquí tenéis al buen ladrón. El Dimas del gobierno de Rajoy que debería ser el primer cese por haber contravenido con su práctica la política de austeridad que el actual presidente está imponiendo a sangre y sufrimiento a toda la ciudadanía.
Pero antes de encontrarse en el Gólgota de la crisis con el buen ladrón, el crucificado fue traicionado por Judas. Judas en hebreo significa “el elegido”. Y además era el apóstol que se ocupaba de la economía de los discípulos. Era el que llevaba la bolsa, el que protestaba cuando se hacían despilfarros. En nuestro caso, es una Judas (¿debería decir judesa?) y para colmo, gallega como nós: Elena Salgado Méndez. La vicepresidenta económica y ministra de varias carteras durante los dos gobiernos  de Rodríguez Zapatero acaba de ser fichada por Endesa. Se ampara en un subterfugio, una artimaña legal, para saltarse a la torera la incompatibilidad manifiesta que existe para que durante los dos años siguientes a su cese en el gobierno un ministro pueda trabajar o vincularse o asesorar a una empresa privada, beneficiándola frente a otras de la información que le proporcionó su puesto en el consejo de ministros. Con más razón en el caso de Elena Salgado que no era una ministra cualquiera sino vicepresidenta para asuntos económicos. Su traición es legal porque no la contrata Endesa sino una filial de dicha empresa eléctrica en Chile. Es una máscara legal con la que se escapa de la incompatibilidad,  pues al final, la propietaria de la empresa para la que va a trabajar nuestra judesa es una compañía eléctrica española. Nos da el beso, se lleva las treinta monedas de plata que le dará la eléctrica –nos van a  subir la luz así que será a nuestras expensas– pero seguirá cobrando durante dos años el subsidio como si hubiese preservado los secretos y la incompatibilidad de su cargo.
La iniquidad no tiene color. Está allí donde anida la avaricia, la ambición  desmedida y el abuso. Hay que desenmascararlos, denunciarlos, apuntarles con el dedo cuando pasen ante nosotros. No se inmutarán porque son inasequibles al honor. Pero haremos que se avergüencen las personas de bien que haya en su entorno: sus familiares, sus amigos, sus compañeros de partido y de gobierno, llegará un momento en el que no serán nadie. No serán nada. Ni tan siquiera un ladrón o un judas.

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