jueves, 5 de abril de 2012

¡Vivan el fuego y los pirómanos!

¿Cuántas décadas más vamos a tener que seguir viendo imágenes como ésta? (Foto F.J. Gil)

Según la Iglesia Católica de los primeros tiempos del Papa Pablo VI, el Papa Rojo, el ser humano alcanzaba el uso de razón a la edad de siete años, de ahí que no recomendasen que se hiciera la Primera Comunión antes de esa edad. Viene esto a cuento para decir que desde que tengo uso de razón  veo arder los montes en Galicia. En la infancia, antes de que El Corte Inglés llegase a Vigo y me quitase las vistas al mar, podía ver desde el balcón de mi casa cómo ardían los montes del Morrazo todos los veranos hasta que ya no hubo más árboles que quemar.
Hace unos días estaba de invitado en un programa de televisión en el que me precedían en el plató tres políticos de los tres partidos mayoritarios que se dedicaron a divagar sobre la diferencia entre la culpa y la responsabilidad en los incendios forestales en Galicia. Decían que si bien había una responsabilidad por parte de la Xunta en lo que respecta a los incendios forestales, la culpa realmente era de quienes encendían la cerilla y prendían fuego en el monte.
Podría estar de acuerdo con ellos en 1968, el año en que cumplí mi primer uso de razón, mientras veía el fuego en los montes de Moaña. Pero a estas alturas de mi vida, con siete usos de razón sobre mis espaldas, tuve que morderme la lengua para permanecer callado y recordar que yo iba allí solo a hablar de cosas de comer.
Pero, queridos lectores, aquí ya no. Aquí no me muerdo la lengua. ¿De quién es la culpa de que ardan los montes? Sin lugar a dudas: de la Xunta. De todas las Xuntas que ha habido desde 1981 y antes, de que existiese el gobierno autónomo, de Adolfo Suárez, de Carlos Arias Navarro y de Franco. Si arde un monte por un incendio provocado, la culpa es del pirómano, del psicópata que carente de sentido de la culpa no duda en hacer daño a los demás por satisfacer un placer realmente morboso. Pero cuando llevo cuarenta y tantos años viendo arder los montes de Galicia, ya no puedo pensar en que la culpa es de los pirómanos, sino de todos los gobiernos que hemos padecido desde aquel año en que tuve mi primer uso de razón que no han sido capaces de resolver un problema vital para una nación y sus bosques y, en general, para todo su ámbito rural.
En todas las décadas de mi vida he visto arder los montes mientras el gobierno de turno le echaba la culpa, primero a los comunistas que así echaban leña al fuego contra el gobierno de Franco, luego a los anarquistas, porque querían desestabilizar, después al Bloque, a los madereros para comprar madera barata, a los a los ecologistas que se oponen a la plantación de eucaliptos y ya por último, cuando se agotaron todas las disculpas, descubrieron que había pirómanos. ¿Por qué en Andalucía, que tiene una extensión tan grande como Austria y un clima mucho más seco que nosotros no hay tantos incendios como en Galicia? ¿Es que en su población, tres veces mayor que la nuestra no hay pirómanos?
La culpa de los incendios las tiene el gobierno que invierte millones de euros, perdón, quise decir, que despilfarra cientos de millones de euros en construir la Ciudad de la Cultura –fiel reflejo del analfabetismo bananero de quienes la perpetraron– y otros tantos cientos de millones de euros en el Puerto Exterior de A Coruña, pero que es incapaz de dedicar ni una sola neurona a pensar a largo plazo, a diez, a veinte años vista y afrontar con decencia una política de defensa y revalorización de la Galicia interior, su campo, sus montes y su patrimonio natural. ¿Por qué no lo hacen? Tengo una opinión muy clara al respecto: los votos están en la costa, que es donde hay población. Hay más votantes en Vigo que en toda la provincia de Ourense y las ciudades de Santiago y A Coruña suman más que toda la provincia de Lugo. Si el dinero derrochado vilmente en el monte Gaiás de Santiago se hubiese invertido en los montes de verdad de Galicia, otro gallo nos cantaría.
Ahora nos rasgamos las vestiduras porque arden las Fragas do Eume. Hace unos meses ardían miles de hectáreas en el Macizo Central Ourensano y nadie dijo nada. Ese también es un síntoma. ¿Será que tenemos la política y los políticos que queremos? Yo, desde luego no. Y que nadie se lleve a engaño: Galicia será un país pobre mientras no exista una Gran Política Rural capaz de fijar población y crear empleo a partir de sus bosques y sus montes. La industria es volátil y acaba siempre en China, pero el patrimonio natural no se puede “deslocalizar”.
Y dicho todo esto, ¡Larga vida a los pirómanos! A ver si de aquí a mis próximos siete usos de razón hay algún presidente en la Xunta que se dé cuenta de que cuando el bosque esté vivo y genere empleo ya no habrá criminal que se atreva a prenderle fuego.

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