jueves, 17 de mayo de 2012

¿Cuándo irán a la cárcel?

Dice el refrán que “detrás vendrá quien bueno me hará”. Desde hace unas semanas, o tal vez meses, pueden repetirse una y otra vez esa frase personajes que hace un par de décadas nos parecían perversos. Pienso, por ejemplo, en Mario Conde y en el difunto de Mariano Rubio,  quienes pasaron una temporadita en la cárcel por verdaderas nimiedades si las comparamos con las que estamos viviendo en el presente. Me pregunté, antes de ponerme a escribir estas líneas lo que imagino que muchos de vosotros estaréis pensando ahora. ¿Por qué fueron a la cárcel, Mario Conde o Mariano Rubio y en cambio se han salido de rositas los facinerosos que han hundido las cajas de ahorro españolas? ¿Cómo es posible que tras el escándalo Banesto, un tribunal le obligase a devolver a Mario Conde algo más de siete mil millones de pesetas, además de condenarlo a varios años de cárcel y en cambio a José Luis Méndez en vez de meterlo entre rejas le diesen dos mil seiscientos millones de pesetas de premio por su delictivo final al frente de la caja gallega? ¿O que entre tres directivos de la antigua Caixanova se llevasen más de tres mil millones de las antiguas pesetas después de arrojar a las piedras del naufragio la que había sido la Caja de Ahorros Municipal de Vigo? ¿Habrá algún fiscal o algún juez que investigue cómo Caja Madrid pasó de ser la más grande y solvente de España cuando estaba dirigida tan certeramente por el pontevedrés Jaime Terceiro a una ruina llamada Bankia que nos va a costar miles de millones (y ahora ya no de pesetas, sino de euros) después de haber sido mangoneada por los amigotes de Aznar y Esperanza Aguirre?
No, queridos amiguitos. Nadie irá a la cárcel. Nadie saldrá condenado. Mario Conde estaba al frente de un banco, una empresa privada, y sus accionistas se enfrentaron por la vía judicial a un presidente que consideraron que les había engañado, al tiempo que, como buitres, sus competidores arrojaban leña al fuego para que la pira de Conde ardiese con más fuerza. Pero las cajas de ahorro no tienen accionistas. No tienen dueño. Son como barcos corsarios que navegan por el proceloso mar de la economía sin dios ni patrón y sus capitanes, verdaderos piratas, han dedicado el dinero que no tenían que repartir entre accionistas, a comprar voluntades. Las mismas cajas de ahorro que desahuciaban a quienes no pagaban las hipotecas condonaron cientos, miles de millones de pesetas a partidos políticos cuando no cuadraban las cuentas de las campañas electorales. Ayudaron a alcaldes a pagar las nóminas de sus ayuntamientos cuando la tesorería municipal estaba falta de liquidez o renegociaban deudas de miles de millones de pesetas a grupos de comunicación que a cambio de consentir que su agujero financiero fuese cada vez más y más profundo, mantenían una política informativa blanda frente a las delictivas acciones de los ejecutivos de esas cajas.
Nos han robado nuestras cajas unos delincuentes choriceros. Querían ser más, tener más poder. Más sucursales. Compraron acciones de empresas ruinosas. Se metieron en el ladrillo para dar de ganar a sus parientes. Se asociaron con compadres, consuegros y demás familia sin que nadie dijese ni pío. ¿Quién iba a decirlo, si había medios comprados con créditos blandos o con generosas campañas de publicidad? ¿Qué político iba a denunciarlo si todos dependían de esos delincuentes para financiar sus carreras electorales? Muy al contrario, había peleas por sentarse en los consejos de administración para cobrar dietas fabulosas o conseguir créditos al 0 por ciento de interés y luego poner ese dinero a plazo fijo en un banco de la competencia y así sacar unos miles de eurillos de propina.
El nuevo gobierno, que ya no es tan nuevo y empieza a estar demasiado visto, intentó echarle carnaza a los voraces mercados financieros. Primero la subida de impuestos. Luego, la reforma laboral y el despido de saldo. Después, la investigación. Le siguieron la sanidad y la educación. Todos los derechos sociales peleados durante décadas arrojados a bocados para intentar despistar, mientras el verdadero problema, el agujero financiero y el escándalo de las cajas de ahorro seguían sin resolver. La frialdad con la que se siegan los fundamentos del Estado del Bienestar se convierte en tembleque de miedo a la hora de ponerle el cascabel al verdadero gato que es la banca y, de paso, las bolas de presidiario y el pijama de rayas a quienes nos han traído hasta aquí. Tienen nombres y apellidos. Se han llevado millones de euros y han causado millones de parados ¿Por qué los siguen encubriendo? ¿Cuando irán a la cárcel?

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