Dice el refrán que “detrás vendrá quien bueno me hará”. Desde
hace unas semanas, o tal vez meses, pueden repetirse una y otra vez esa frase
personajes que hace un par de décadas nos parecían perversos. Pienso, por
ejemplo, en Mario Conde y en el difunto de Mariano Rubio, quienes pasaron una temporadita en la cárcel
por verdaderas nimiedades si las comparamos con las que estamos viviendo en el
presente. Me pregunté, antes de ponerme a escribir estas líneas lo que imagino
que muchos de vosotros estaréis pensando ahora. ¿Por qué fueron a la cárcel, Mario
Conde o Mariano Rubio y en cambio se han salido de rositas los facinerosos que
han hundido las cajas de ahorro españolas? ¿Cómo es posible que tras el
escándalo Banesto, un tribunal le obligase a devolver a Mario Conde algo más de
siete mil millones de pesetas, además de condenarlo a varios años de cárcel y
en cambio a José Luis Méndez en vez de meterlo entre rejas le diesen dos mil
seiscientos millones de pesetas de premio por su delictivo final al frente de
la caja gallega? ¿O que entre tres directivos de la antigua Caixanova se llevasen
más de tres mil millones de las antiguas pesetas después de arrojar a las
piedras del naufragio la que había sido la Caja de Ahorros Municipal de Vigo? ¿Habrá
algún fiscal o algún juez que investigue cómo Caja Madrid pasó de ser la más
grande y solvente de España cuando estaba dirigida tan certeramente por el
pontevedrés Jaime Terceiro a una ruina llamada Bankia que nos va a costar miles
de millones (y ahora ya no de pesetas, sino de euros) después de haber sido
mangoneada por los amigotes de Aznar y Esperanza Aguirre?
No, queridos amiguitos. Nadie irá a la cárcel. Nadie saldrá
condenado. Mario Conde estaba al frente de un banco, una empresa privada, y sus
accionistas se enfrentaron por la vía judicial a un presidente que consideraron
que les había engañado, al tiempo que, como buitres, sus competidores arrojaban
leña al fuego para que la pira de Conde ardiese con más fuerza. Pero las cajas
de ahorro no tienen accionistas. No tienen dueño. Son como barcos corsarios que
navegan por el proceloso mar de la economía sin dios ni patrón y sus capitanes,
verdaderos piratas, han dedicado el dinero que no tenían que repartir entre
accionistas, a comprar voluntades. Las mismas cajas de ahorro que desahuciaban
a quienes no pagaban las hipotecas condonaron cientos, miles de millones de
pesetas a partidos políticos cuando no cuadraban las cuentas de las campañas
electorales. Ayudaron a alcaldes a pagar las nóminas de sus ayuntamientos
cuando la tesorería municipal estaba falta de liquidez o renegociaban deudas de
miles de millones de pesetas a grupos de comunicación que a cambio de consentir
que su agujero financiero fuese cada vez más y más profundo, mantenían una
política informativa blanda frente a las delictivas acciones de los ejecutivos
de esas cajas.
Nos han robado nuestras cajas unos delincuentes choriceros.
Querían ser más, tener más poder. Más sucursales. Compraron acciones de
empresas ruinosas. Se metieron en el ladrillo para dar de ganar a sus
parientes. Se asociaron con compadres, consuegros y demás familia sin que nadie
dijese ni pío. ¿Quién iba a decirlo, si había medios comprados con créditos
blandos o con generosas campañas de publicidad? ¿Qué político iba a denunciarlo
si todos dependían de esos delincuentes para financiar sus carreras
electorales? Muy al contrario, había peleas por sentarse en los consejos de
administración para cobrar dietas fabulosas o conseguir créditos al 0 por
ciento de interés y luego poner ese dinero a plazo fijo en un banco de la
competencia y así sacar unos miles de eurillos de propina.
El nuevo gobierno, que ya
no es tan nuevo y empieza a estar demasiado visto, intentó echarle carnaza a
los voraces mercados financieros. Primero la subida de impuestos. Luego, la reforma
laboral y el despido de saldo. Después, la investigación. Le siguieron la
sanidad y la educación. Todos los derechos sociales peleados durante décadas
arrojados a bocados para intentar despistar, mientras el verdadero problema, el
agujero financiero y el escándalo de las cajas de ahorro seguían sin resolver. La
frialdad con la que se siegan los fundamentos del Estado del Bienestar se
convierte en tembleque de miedo a la hora de ponerle el cascabel al verdadero
gato que es la banca y, de paso, las bolas de presidiario y el pijama de rayas
a quienes nos han traído hasta aquí. Tienen nombres y apellidos. Se han llevado
millones de euros y han causado millones de parados ¿Por qué los siguen encubriendo? ¿Cuando irán a la cárcel?
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