martes, 16 de agosto de 2016

La vía de la Fregeneda, una ruta de 17 kilómetros entre murciélagos, buitres y águilas por viaductos de vértigo

La expedición a punto de salir de la estación de La Fregeneda (Foto Manuel Gil).
El pasado 5 de agosto realizamos la ruta de 17 kilómetros entre las estaciones de La Fregeneda y Barca D’Alba. Es el fragmento final del trazado de 77 kilómetros que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1887 para unir Medina del Campo y Salamanca con Oporto por la Linha do Douro. El tramo del que hablamos está caracterizado por un paisaje casi estepario, seco, árido, de chumberas y arbustos y algunos alcornoques y olivos salteados en un terreno paupérrimo con un relieve que obligó a horadar 20 túneles y a salvar los desniveles con una decena de viaductos. He ahí el verdadero atractivo de recorrer esos diecisiete kilómetros entre la última estación española y la primera portuguesa de una línea que fue cerrada a la circulación ferroviaria el 1 de enero de 1985.

En las últimas dos décadas ha ido creciendo el interés por preservar esta línea, especialmente el tramo que nos ocupa hoy, y evitar su desmantelamiento, como ha sucedido con otras infraestructuras ferroviarias que fueron cerradas al tráfico en aquella misma década. La declaración de Bien de Interés Cultural en 2000 al tramo de esos últimos 17 kilómetros impidió a Renfe primero y al Adif después retirar los carriles, traviesas y otros elementos afectos a la actividad ferroviaria. Sin embargo no ha servido de garantía para combatir el deterioro provocado por 31 años de abandono. Un abandono que no se ha producido por parte de los amantes del ferrocarril y de las rutas de senderismo de aventura, que visitan y recorren a centenares cada año este tramo.

La Fregeneda es una localidad venida a menos desde el punto de vista demográfico y económico. Perdió tres cuartas partes de su población en los últimos cincuenta años, pasando de casi 1.300 a poco más de 300 habitantes. La recuperación para uso turístico de esta línea se convertiría en un factor de desarrollo a una comarca muy menguada de recursos.
Una vieja advertencia, del tiempo en que Renfe era titular de las vías férreas, recibe al caminante. (Foto Manuel Gil).

Realizamos el recorrido desde La Fregeneda a Barca de Alba o Barca D’Alva como se escribe en portugués. Para ello, recurrimos al único taxi que existe en dicha localidad portuguesa que nos llevó hasta la estación abandonada (14 kilómetros y 25 euros) y que habíamos concertado la noche anterior en el bar Paz Douro, tras cenar unos suculentos chuletones de ternera a la grelha, es decir, a la parrilla.

La caminata

Comenzamos nuestro itinerario en la estación de La Fregeneda a las 11.45 de una mañana que ya empezaba a ser calurosa y que nos pondría en los 38 grados antes de llegar a nuestro destino. La estación y sus dependencias anexas, como la aduana y almacenes todavía están en pie, pero invadidas por la maleza y degradadas por el paso del tiempo y de los vándalos que llegan incluso a los lugares más alejados.

Antes de abandonar lo que queda de su playa de vías, un cartel firmado por la Renfe advierte de la prohibición de caminar por las vías ante el peligro que supone cruzar unos viaductos en mal estado. Advertencia de la que, naturalmente, todos los caminantes toman nota pero de la que hacen caso omiso.
Semáforo mecánico a la salida de la estación de La Fregeneda. (Foto Manuel Gil).

A unos metros de dicho cartel nos encontramos con una reliquia de la arqueología ferroviaria: un semáforo de brazos, que precede al túnel más largo del recorrido: 1.593 en una línea recta trazada a escuadra. Es el primero de los veinte túneles. A su salida, un pequeño viaducto de 11 metros, invadido por una higuera. La vegetación, seca en pleno estío y sin lluvia desde hace meses, invade la mayor parte de este primer tramo del recorrido.
El primer túnel es una línea recta perfecta de 1.593 metros. El punto blanco es la luz al final del túnel. (Foto FJ Gil).
El tercer túnel, el del Morgado tiene una longitud de 423 metros y es en curva. Su singularidad estriba en sus habitantes: una colonia formada por miles de murciélagos, que cuelgan de su bóveda labrada en la roca en la parte más oscura del mismo. Aunque los oiremos, y también veremos si enfocamos con la linterna, no se acercarán, salvo que les demos un fogonazo y se desorienten. Sin embargo, conviene recordar que el guano, el polvo formado por los excrementos de los murciélagos, suele ser colonizado por hongos, de ahí que sea prudente respirar con un pañuelo o algo que impida inhalarlo.

En la foto superior, al lado de una de las garitas del túnel. Sobre estas líneas, el túnel de los murciélagos. 

Además de murciélagos, nos encontramos con muchos vencejos, también con águilas y buitres. Pero ningún animal terrestre. Ni culebras, ni ratones, ni otros de mayor envergadura, pese a que, según nos informaba el taxista, ese entorno está dedicado a caza mayor.

Inmediatamente después del túnel surge el primer viaducto de entidad. El del arroyo Morgado, de 105 metros de longitud. La pasarela de madera, situada a la derecha, todavía se puede cruzar, si se extrema el cuidado de no pisar las tablas que ya están podridas, aproximadamente, una de cada tres.

Viaducto sobre el arroyo Morgado (Foto M. Gil)
El viaducto sobre el arroyo Poyo Valiente es el más largo, en curva y sin pasarelas de madera. (Foto M. Gil)
En los dos kilómetros siguientes cruzamos tres túneles más y otros dos viaductos. El primero, de 113 metros lineales cuenta también con una pasarela de madera pasable con las debidas precauciones por la misma razón que la anterior. El segundo, conocido como viaducto del arroyo Poyo Valiente, es el más largo de todo el recorrido, con tres tramos rectos que describen una curva y sin pasarelas de madera para cruzar. Hay que recurrir a una de las vigas metálicas, de unos 30 centímetros de ancho y la ayuda de la barandilla metálica. Si los dos anteriores ya no son recomendables para personas con vértigo y miedo a las alturas, éste resulta especialmente peligroso por el mismo motivo. La viga metálica es lo suficientemente sólida para que no haya ningún riesgo al cruzarlo. Eso sí, hay que prestar mucha atención de no dar un traspiés, porque el barranco es mortal.

A punto de cumplir los primeros diez kilómetros de recorrido nos encontramos con el quinto viaducto del viaje. Tiene 140 metros lineales, carece de pasarela de madera y delata por su aspecto, haber sufrido un incendio que dejó carbonizadas la mayor parte de sus tablas y algunas traviesas.

Con diez kilómetros ya caminados y muchas paradas para hacer fotografías y beber agua, porque el calor va apretando más a medida que avanza el día, nos hemos puesto en las cuatro de la tarde. El paisaje, que al principio parecía desértico, cuenta ahora con la compañía del río Águeda, por la izquierda. La vegetación sigue siendo arbustiva, sin presencia humana por ningún rincón por más que uno se esfuerce en buscar en todo lo que abarca la vista. Encontrar una sombra resulta muy difícil y utilizamos el amparo de un túnel, de una trinchera y de un eucalipto para realizar pequeños descansos.

La vía viaja en paralelo al río Águeda y desciente algo más de 300 metros en los últimos 17 kilómetros hasta cruzarlo en su desembocadura, como vemos en la foto inferior. (Foto M. Gil)
Los túneles que nos encontramos en adelante ya son de pequeña entidad, entre treinta y trescientos metros. Los tres siguientes viaductos, sobre los arroyos, Los Poyos, Los Riscos y Las Almas, cuentan con pasarelas gracias a la asociación Tod@vía, formada por voluntarios portugueses y españoles que luchan por conservar esta infraestructura y han conseguido donativos para reponer las tablas y las vigas con las que restauraron las pasarelas de madera, haciendo su paso completamente seguro.



La referida asociación cuenta con web y página en Facebook desde las que aceptan donativos con los que seguir desarrollando su benemérita labor. Una labor que tendría que haber hecho el Ministerio de Fomento con cargo al 1 por ciento cultural del presupuesto de las obras que ha licitado en los últimos años. Justo sería que las nuevas infraestructuras ferroviarias sirvieran también para la preservación de las antiguas, con el fin de darle un uso lúdico y turístico a aquellas líneas que han abandonado. Parece ser que la Diputación de Salamanca, va a destinar 800.000 euros en la restauración de estos 17 kilómetros, lo que abriría la posibilidad de recuperar su uso ferroviario para vehículos ligeros: cuadriciclos, zorrillas ferroviarias...    

Tras casi siete horas de viaje bajo un sol de justicia, llegamos al puente internacional, el último de los viaductos, que cruza el río Águeda desde el término municipal de La Fregeneda en el muelle de Vega Terrón, hasta Barca D’Alva. Allí, nos encontramos de nuevo con una estación con unas instalaciones desproporcionadas en relación al tamaño de la población de la localidad, como sucedió en la del inicio del recorrido, pero que está justificada en ambos casos por su carácter fronterizo y en el caso de Barca, porque además poseía un depósito de locomotoras.

El final

Derrotados por un calor que superaba los 38 grados y la sed que nos acompañó en las últimas dos horas, pues se nos acabó el agua pasadas las cuatro de la tarde, llegamos a nuestro destino, a la orilla del Douro en territorio portugués. Eran las siete de la tarde. Invertimos casi siete horas en recorrer 17 kilómetros, incluyendo las paradas para tomar fotos y película y los descansos. Nuestra media de cuatro kilómetros por hora al caminar por la vía del tren quedó desbaratada en esta excursión en la que caminamos a una media de tres, en parte por la ralentización que nos impusieron los viaductos y el calor extremo que padecimos en los últimos kilómetros.
La estación de Barca D'Alva, completamente invadida por la vegetación. (Foto M. Gil)

Crucero fluvial por el Douro atracado en el muelle de Barca D'Alva mientras sus pasajeros cenan y bailan...
... y nosotros reponemos fuerzas en la terraza de un establecimiento de la orilla del Douro. (Foto F. J. Gil)
Las penurias y la sed fueron redimidas, finalmente, en el Paz Douro, gracias a la habilidad del taxista parrillero, haciendo magníficas chuletas de ternera y un bacalao a la brasa de extraordinaria calidad, y a una ensalada de deliciosos tomates y cebolla, aliñada con aceite de oliva virgen de esta tierra olivarera, una de las mejores del mundo.


Estación de Pocinho. En la actualidad es la terminal por el Este de la Linha do Douro. El uno de enero de 1985 se cerró el tramo entre Bobadilla y Barca D'Alva. Tres años después, en octubre de 1988 Portugal cerraba el tramo de 18 kilómetros entre Barca D'Alva y Pocinho. Ese mismo año era cerrada también la linha do Sabor, un ramal de vía estrecha de más de 100 kilómetros que conectaba Pocinho con Torre de Moncorvo, Freixo de Espada a Cinta, Mogadouro y Miranda do Douro.