La expedición a punto de salir de la estación de La Fregeneda (Foto Manuel Gil). |
En las últimas dos décadas ha ido creciendo el interés por
preservar esta línea, especialmente el tramo que nos ocupa hoy, y evitar su
desmantelamiento, como ha sucedido con otras infraestructuras ferroviarias que
fueron cerradas al tráfico en aquella misma década. La declaración de Bien de
Interés Cultural en 2000 al tramo de esos últimos 17 kilómetros impidió a Renfe
primero y al Adif después retirar los carriles, traviesas y otros elementos
afectos a la actividad ferroviaria. Sin embargo no ha servido de garantía para
combatir el deterioro provocado por 31 años de abandono. Un abandono que no se
ha producido por parte de los amantes del ferrocarril y de las rutas de
senderismo de aventura, que visitan y recorren a centenares cada año este
tramo.
La Fregeneda es una localidad venida a menos desde el punto
de vista demográfico y económico. Perdió tres cuartas partes de su población en
los últimos cincuenta años, pasando de casi 1.300 a poco más de 300 habitantes.
La recuperación para uso turístico de esta línea se convertiría en un factor de
desarrollo a una comarca muy menguada de recursos.
Una vieja advertencia, del tiempo en que Renfe era titular de las vías férreas, recibe al caminante. (Foto Manuel Gil). |
Realizamos el recorrido desde La Fregeneda a Barca de Alba o
Barca D’Alva como se escribe en portugués. Para ello, recurrimos al único taxi
que existe en dicha localidad portuguesa que nos llevó hasta la estación
abandonada (14 kilómetros y 25 euros) y que habíamos concertado la noche
anterior en el bar Paz Douro, tras cenar unos suculentos chuletones de ternera
a la grelha, es decir, a la parrilla.
La caminata
Comenzamos nuestro itinerario en la estación de La Fregeneda
a las 11.45 de una mañana que ya empezaba a ser calurosa y que nos pondría en
los 38 grados antes de llegar a nuestro destino. La estación y sus dependencias
anexas, como la aduana y almacenes todavía están en pie, pero invadidas por la
maleza y degradadas por el paso del tiempo y de los vándalos que llegan incluso
a los lugares más alejados.
Antes de abandonar lo que queda de su playa de vías, un
cartel firmado por la Renfe advierte de la prohibición de caminar por las vías
ante el peligro que supone cruzar unos viaductos en mal estado. Advertencia de
la que, naturalmente, todos los caminantes toman nota pero de la que hacen caso
omiso.
A unos metros de dicho cartel nos encontramos con una
reliquia de la arqueología ferroviaria: un semáforo de brazos, que precede al
túnel más largo del recorrido: 1.593 en una línea recta trazada a escuadra. Es
el primero de los veinte túneles. A su salida, un pequeño viaducto de 11
metros, invadido por una higuera. La vegetación, seca en pleno estío y sin
lluvia desde hace meses, invade la mayor parte de este primer tramo del
recorrido.
El primer túnel es una línea recta perfecta de 1.593 metros. El punto blanco es la luz al final del túnel. (Foto FJ Gil). |
En la foto superior, al lado de una de las garitas del túnel. Sobre estas líneas, el túnel de los murciélagos. |
Además de murciélagos, nos encontramos con muchos vencejos,
también con águilas y buitres. Pero ningún animal terrestre. Ni culebras, ni
ratones, ni otros de mayor envergadura, pese a que, según nos informaba el
taxista, ese entorno está dedicado a caza mayor.
Inmediatamente después del túnel surge el primer viaducto de
entidad. El del arroyo Morgado, de 105 metros de longitud. La pasarela de
madera, situada a la derecha, todavía se puede cruzar, si se extrema el cuidado
de no pisar las tablas que ya están podridas, aproximadamente, una de cada
tres.
Viaducto sobre el arroyo Morgado (Foto M. Gil) |
El viaducto sobre el arroyo Poyo Valiente es el más largo, en curva y sin pasarelas de madera. (Foto M. Gil) |
A punto de cumplir los primeros diez kilómetros de recorrido
nos encontramos con el quinto viaducto del viaje. Tiene 140 metros lineales,
carece de pasarela de madera y delata por su aspecto, haber sufrido un incendio
que dejó carbonizadas la mayor parte de sus tablas y algunas traviesas.
Con diez kilómetros ya caminados y muchas paradas para hacer
fotografías y beber agua, porque el calor va apretando más a medida que avanza
el día, nos hemos puesto en las cuatro de la tarde. El paisaje, que al
principio parecía desértico, cuenta ahora con la compañía del río Águeda, por
la izquierda. La vegetación sigue siendo arbustiva, sin presencia humana por
ningún rincón por más que uno se esfuerce en buscar en todo lo que abarca la
vista. Encontrar una sombra resulta muy difícil y utilizamos el amparo de un
túnel, de una trinchera y de un eucalipto para realizar pequeños descansos.
La vía viaja en paralelo al río Águeda y desciente algo más de 300 metros en los últimos 17 kilómetros hasta cruzarlo en su desembocadura, como vemos en la foto inferior. (Foto M. Gil) |
La referida asociación cuenta con web y página en Facebook desde las que aceptan donativos con los que seguir desarrollando su benemérita labor. Una labor que tendría que haber hecho el Ministerio de Fomento con cargo al 1 por ciento cultural del presupuesto de las obras que ha licitado en los últimos años. Justo sería que las nuevas infraestructuras ferroviarias sirvieran también para la preservación de las antiguas, con el fin de darle un uso lúdico y turístico a aquellas líneas que han abandonado. Parece ser que la Diputación de Salamanca, va a destinar 800.000 euros en la restauración de estos 17 kilómetros, lo que abriría la posibilidad de recuperar su uso ferroviario para vehículos ligeros: cuadriciclos, zorrillas ferroviarias...
Tras casi siete horas de viaje bajo un sol de justicia, llegamos
al puente internacional, el último de los viaductos, que cruza el río Águeda
desde el término municipal de La Fregeneda en el muelle de Vega Terrón, hasta
Barca D’Alva. Allí, nos encontramos de nuevo con una estación con unas
instalaciones desproporcionadas en relación al tamaño de la población de la
localidad, como sucedió en la del inicio del recorrido, pero que está
justificada en ambos casos por su carácter fronterizo y en el caso de Barca,
porque además poseía un depósito de locomotoras.
El final
Derrotados por un calor que superaba los 38 grados y la sed
que nos acompañó en las últimas dos horas, pues se nos acabó el agua pasadas
las cuatro de la tarde, llegamos a nuestro destino, a la orilla del Douro en
territorio portugués. Eran las siete de la tarde. Invertimos casi siete horas
en recorrer 17 kilómetros, incluyendo las paradas para tomar fotos y película y
los descansos. Nuestra media de cuatro kilómetros por hora al caminar por la
vía del tren quedó desbaratada en esta excursión en la que caminamos a una
media de tres, en parte por la ralentización que nos impusieron los viaductos y
el calor extremo que padecimos en los últimos kilómetros.
Crucero fluvial por el Douro atracado en el muelle de Barca D'Alva mientras sus pasajeros cenan y bailan... |
... y nosotros reponemos fuerzas en la terraza de un establecimiento de la orilla del Douro. (Foto F. J. Gil) |